“Con viejo dolor y muerte nueva,
nuestro corazón les habla para que su corazón de ustedes escuche” declaró el
Subcomandante Marcos en un comunicado del 12 de marzo de 1995: “Estaba nuestro
dolor estando, doliendo estaba”. El EZLN (Ejército Zapatista de Liberación
Nacional), ese movimiento que en enero de 1994 mostró su rostro, fue todo eso;
fue también, el germen antisistémico de los años noventa que volteó las miradas
hacia ese pequeño cacho de tierra al
sureste mexicano. “¿Escucharon? Es el sonido de su mundo derrumbándose. Es el
nuestro resurgiendo”, se declaró un 21
de diciembre del 2012, 18 años después. A través de los años las mantas negras
y rojas han perdido notoriedad mediática; la influencia del símbolo del
pasamontañas no es más que un sinónimo de “desorden” y “caos” o en su
defecto, de burla para quienes no
comprenden. La historia extraordinaria, bella, bizarra, terrible, colorida pero
a la vez gris del EZLN y sus orígenes y saberes indígenas, se ha convertido en
un relato que se oye a lo lejos, sobre algo que pasó en algún lugar de Chiapas,
“…de cuyo nombre no quiero acordarme”. Pero a la vez existe y se abre paso
dentro de las brechas del capitalismo, que si bien fue absorbido con esa
implacabilidad que la mercadotecnia ofrece, las exigencias siguen siendo las
mismas. Se trata de observar al pasado, y sobre todo, observar hacia el
interior del movimiento. La gente ha olvidado que existen, pero el panorama que
surge es que el anhelado mundo nuevo está emergiendo en sus propios espacios;
ya no es la planeación de un propósito, sino una realidad.
En Latinoamérica, se encuentran tres
corrientes político-sociales de gran importancia nacidas en esta región: Las
comunidades vinculadas a la teología de la liberación, el guevarismo y su
militancia revolucionaria y las comunidades indígenas. El EZLN, no siendo el
primer movimiento indígena, viene a darse a notar en un contexto mundial en el
que el ingreso del TLC (Tratado de Libre Comercio) a México, simbolizó la
culminación de la globalización; parte necesaria del capitalismo que obedece a
una lógica económica que parece ajena a las necesidades sociales. La
preocupación de la oferta/demanda rebasó las proclamas emitidas por este
movimiento, proclamas, que se traducen en un documento emitido el 16 de febrero
de 1996 y que representan las bases en las que se sustentaría dicho movimiento:
Los Acuerdos de San Andrés.
Los acuerdos de San Andrés, firmados
en el municipio de San Andrés, Chiapas, son pactos y propuestas enlazadas con
el gobierno federal y el EZLN para la garantía de una nueva correspondencia
entre los pueblos indígenas, la sociedad civil y el Estado. Estos acuerdos se
traducirían en Reformas Constitucionales que permitirían el reconocimiento
dentro del plan nacional a los pueblos indígenas, cuyo factor principal sería
el de la autodeterminación y la autonomía, entendida como el respeto a los
planteamientos y diversidades de los pueblos. Los acuerdos, que han sido
ignorados, no son ajenos a las reglamentaciones que organizaciones como la ONU
(Organización de las Naciones Unidas) tienen en sus estatutos. La Carta de las
Naciones Unidas constituye en su artículo primero, fracción dos: “Fomentar
entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de
la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos, y tomar
otras medidas adecuadas para fortalecer la paz universal”. Primero, se busca
una liberación, la del indígena, que comenzaría por reconocerlo como sujeto y
no sólo como una muestra de cultura extinta para exponer y convertirla así, en
una mercancía. Segundo, la autodeterminación, reconociendo la diversidad de
cada pueblo y la posibilidad de edificarse así mismo, sin intromisión de
instituciones gubernamentales. No es de extrañar que estos acuerdos hayan replanteado los llamados, Estados-nación, expuestos por la Ilustración como ese rompimiento de universalidad por una intercuturalidad que conjugue y comprenda esos "otros mundos" que están y persisten. Así mismo, han marcado un hito, en cuestión indígena, de los movimientos actuales que, si bien han sido un proceso de años, décadas y siglos, se concretan hasta la fecha de 1996 con los tratados; países como Ecuador, Colombia y Bolivia han sido sujetos de ello; este último cambiando su nombre en el año 2009 por Estado Plurinacional de Bolivia, como resultado de una transformación que, podría decirse, arrastra sus raíces en los Tratados de San Andrés.
Como todo problema social complejo, el
movimiento zapatista plantea cuestionamientos que los científicos sociales y
analistas críticos deben realizar. La pérdida de interés mediático ha generado
un olvido, cual condena de una sociedad que le parece ajena toda lucha donde no
se vean involucrados sus intereses. Como dijo alguna vez Gabriel García Márquez: la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido.
Los movimientos sociales como el EZLN no deben quedar desprendidos de una realidad mexicana constante, el hecho de que su mención en los medios de comunicación haya mermado, no implica que dejen de existir. Voltear a otro lado no quita el problema, pero si algo se ha aprendido es que el olvido es un arma peligrosa y que ello puede llevar a la indiferencia de las necesidades del otro, ese otro que piensa y siente distinto pero que comparte rasgos comunes que nos permite hermanarnos pese a la diferencia de nuestras condiciones. Los acuerdos de San Andrés, las Juntas de Buen Gobierno, la declaración de la Selva Lacandona, son muestras de una lucha constante; segregados y representados como piezas de museo, nos dan una lección de unidad, fraternidad y resistencia que el pensamiento del “yo” ha venido borrando.
Los movimientos sociales como el EZLN no deben quedar desprendidos de una realidad mexicana constante, el hecho de que su mención en los medios de comunicación haya mermado, no implica que dejen de existir. Voltear a otro lado no quita el problema, pero si algo se ha aprendido es que el olvido es un arma peligrosa y que ello puede llevar a la indiferencia de las necesidades del otro, ese otro que piensa y siente distinto pero que comparte rasgos comunes que nos permite hermanarnos pese a la diferencia de nuestras condiciones. Los acuerdos de San Andrés, las Juntas de Buen Gobierno, la declaración de la Selva Lacandona, son muestras de una lucha constante; segregados y representados como piezas de museo, nos dan una lección de unidad, fraternidad y resistencia que el pensamiento del “yo” ha venido borrando.